miércoles, 15 de noviembre de 2017

Al final de un sueño…FERMOSELLE
Rescatamos del Programa de Fiestas de Fermoselle del año 2.001 la aportación que realizó nuestro socio Antonio Gavilanes solicitada por el Consistorio. Nos parece interesante, ahora que estamos metidos de lleno en el concurso "El pueblo más bello de Castilla y León", como aporte a los valores de todo tipo de los que disponemos en la Villa. 
"Iniciamos la salida del fin de semana. Nos encaminamos hacia Fermoselle, pueblo del oeste zamorano que nos recomiendan por su situación, la estructura y tipismo de sus calles, su vino, su aceite, su gastronomía…Dejamos atrás Zamora, con su Remembranza de las Edades del Hombre, Pereruela, con sus modestos “cacharros de barro”, las míseras pero gallardas tierras de Sayago, y entre un paisaje ya cambiante, trazada una curva harto pronunciada, encaramos la Villa que mágicamente se nos presenta como colgada del aire entre la impresionante y modernista Residencia Conchita Regojo y la atalaya de la morada veraniega de Doña Urraca. Unos metros carretera abajo nos da la bienvenida una enhiesta escultura del emigrante fermosellano que pretende, mientras se desarrolla la zona ajardinada que le rodea, cobijarse bajo el centenario “árbol de corcho” situado en el prado de enfrente.
            Y llegamos al casco urbano. Ascendemos por la recién empedrada (así se protege la arquitectura popular) calle del Montón de Tierra, flanqueada por una serie de bodegas donde el granito se ha trabajado por manos de canteros experimentados, aunque, lamentablemente, el paso del tiempo parece querer acabar con ellas si sus ¿dueños? no lo remedian. Tras un pronunciado descenso nos topamos con un artístico crucero enclavado en la pared donde comienza la calle de la Rumía. Seguimos el Terradillo adelante para embocar el casco antiguo a través del arco medieval conocido como el Arco. Dicen los vecinos que en este punto, durante los encierros agosteños, se inician para los atrevidos corredores los segundos más intensos y excitantes de su existencia, pues entre la angostura de la calle, el vocerío de los mirones, el traqueteo de las pezuñas de los morlacos, el jadeo desaforado de los corredores y el rítmico trepidar de la Campana Torera se enfilan hacia la Plaza Mayor (convertida en inigualable coso taurino para la ocasión) envueltos en una nebulosa de ansiedad, tragedia, heroicidad y triunfalismo.
            Pero volvamos al Arco. A la izquierda se nos muestra la empinada calle de Sanjurjo que nos conducirá a la plaza de Santa Colomba, centro del barrio alto de la localidad. Nosotros seguimos calle abajo y pasamos a visitar las bodegas de la Peña El Pulijón. Encomiable el trabajo de conservación llevado a cabo por este colectivo que desde 1.973 desarrolla en Fermoselle actividades muy diversas. Un centenar de metros de bajada para llegar al corazón del pueblo. Estamos en la Plaza Mayor y aquí: la iglesia parroquial, el ayuntamiento, la Campana Torera, la subida al castillo de Doña Urraca con su mirador hacia los Arribes del Duero y el vecino Portugal, la calzada con sus arcos de medio punto, la oficina de turismo, la bajada al Paseo y a la Bodega Cooperativa, la zona de bares, el “mentirote”…¡Todo un mundo de ensueño y relaciones personales!
            Un municipal a la antigua usanza nos recomienda callejear por la zona de Las Palomberas. Gran acierto del hombre uniformado, pues un laberíntico itinerario de retorcidas calles, de casas imbricadas, de bodegas milenarias, de rocas graníticas incrustadas entre las viviendas, nos arrastran con una cierta embriaguez hasta el mirador del Torojón. Aquí lo idílico se hace realidad y lo etéreo se muta en tangible. Ante nuestros desconcertados ojos aparece aquello que tantas veces hemos soñado…el mundo a nuestros pies, el pueblo a vista de pájaro. Y para disfrutar de todo ello, un consejo: “Siéntate sin prisas y deja volar tu imaginación como barcaza mecida por un viento suave”.
            Repuestas las fuerzas y con el ánimo henchido de curiosidad, acometemos el retador descenso salvando escalones y “calzadas” por las calles de las Peñas y el Mesón para caer junto a la basa de la Cruz de la Cárcel. Y desde aquí a la Plaza Vieja. Atrás han quedado calles con nombres evocadores: el Guapo, la Amargura, la Callejina, ¡cómo mejorarían su encanto recuperando el empedrado que otrora lucían! Y desde la Plaza Vieja, luego de plasmar en nuestras retinas la singular calle de la Nogal, ponemos rumbo al Convento de los Franciscanos y al Santuario de la Virgen de la Bandera, patrona de la villa. 
El alma se nos ha encogido con la reciente remodelación de la subida por San Juan. Todo el cemento del mundo parece haberse aliado para liquidar de un paletazo lo que podría ser la carta de  presentación del Centro de Interpretación de los Arribes, próximo a construir en las ruinas del convento. Esperamos, sin que se dilate en el tiempo,  se subsane lo que nos parece un error que va en detrimento del entorno.    Estamos en la explanada del Santuario y volvemos la vista a lontananza: ermita de la Soledad, el Descendimiento, ermita de Santa Cruz, la “raya” fronteriza, el castillo, la torre de la parroquia, el mirador del Torojón…¡Qué más podemos pedir desde una misma cota!
Llegamos al barrio de las Eras. La noche se avecina. Un lugareño entrado en años nos habla de otros lugares y parajes: Las cuestas de Cordero, el puente sobre el Tormes y la Cicutina, las Dos Aguas y la presa de Bemposta, el Buraco del Diablo, el Piélago, la falla El Pollo, las fuentes y los pozos, los cigüeñales y las casitas, de la Cruz de San Lorenzo y las curvas del Caracol, del paseo de la Ronda y las Cachas del Culo, el alto de Santa Colomba y la Residencia de Ancianos…
Ya amanecía cuando sonó el despertador. Todo fue un sueño que se cumplirá coincidiendo con nuestras fiestas patronales de San Agustín. Allí estaremos."

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