sábado, 8 de abril de 2017

EL VERSO HECHO PASIÓN
“Cuando pasa el Nazareno
De la túnica morada,
Con la frente ensangrentada,
La mirada del Dios bueno…”
Así comienza José María Gabriel y Galán su poema La Pedrada y así se pasea el Nazareno por las angostas calles de Fermoselle durante su Semana Santa. Su cara ensangrentada y llena de sufrimiento recoge las miradas de creyentes, o no, que se agolpan en bocacalles para contemplar su lento tránsito por la vía dolorosa.
“Y detrás del Nazareno
de la frente coronada,
por aquel de espigas lleno
campo dulce, campo ameno
de la aldea sosegada,
los clamores escuchando
de dolientes Misereres,
iban los hombres rezando,
sollozando las mujeres
y los niños observando...”
En su recorrido por el casco histórico de la villa fermosellana, siempre acompañado por su Madre Dolorosa, como dice Gerardo Diego en la Ofrenda de su Vía Crucis:
“Virgen ya de la agonía,
tu Hijo es el que cruza ahí.
Déjame hacer junto a ti
ese augusto itinerario.
Para ir al monte Calvario,
cítame en Getsemaní…”
Se siente arropado por el amor de su Madre que no le abandona y que con su cara serena trasmite la tristeza y emoción ante tanto dolor compartido con su Hijo que avanza lentamente e impertérrito hacia su muerte. Pero antes se debe producir el “encuentro”. Madre e Hijo, frente a frente, en la desembocadura de la Amargura. Los fermosellanos se aprietan en torno a esta estampa fraternal.
“¿Cuándo en el mundo se ha visto
tal escena de agonía?.
Cristo llora por María.
María llora por Cristo.
¿Y yo, firme, lo resisto?.
¿Mi alma ha de quedar ajena?.
Nazareno, Nazarena,
dadme, siquiera, un poco
de esa doble pena loca,
que quiero penar mi pena.”
Pero el cortejo continúa hacia el Calvario, allá, a las afueras de Fermoselle, camino del cementerio. En el ocaso del día los penitentes contemplan con serenidad la despedida desgarradora de la Madre que regresa sola, pero arropada por el calor de quienes le han acompañado en todo momento.
“La procesión se movía
con honda calma doliente,
¡Qué triste el sol se ponía!
¡Cómo lloraba la gente!
¡Cómo Jesús se afligía!...
¡Qué voces tan plañideras
el Miserere cantaban!
¡Qué luces, que no alumbraban,
tras las verdes vidrieras
de los faroles brillaban!”
Llega la noche y al pasar junto al crucero de la Cruz de la Cárcel todo se ha consumado. Los fermosellanos entonan el “Perdona a tu pueblo, Señor” hasta llegar a la portada norte de la parroquial a través de la cual se introducirá a la Virgen donde permanecerá silenciosa hasta el próximo año.
“He aquí helados, cristalinos
sobre el virginal regazo,
muertos ya para el abrazo,
aquellos miembros divinos.
Huyeron los asesinos.
Qué soledad sin colores.
Oh, Madre mía, no llores.
Cómo lloraba María.
La llaman desde aquel día
la Virgen de los Dolores.”



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