miércoles, 7 de diciembre de 2016

EL OTOÑO SE FRENA EN FERMOSELLE
Avanzamos hacia el invierno inexorablemente aunque en Fermoselle parece que va con retraso esa transición estacional. Allí aparenta como si se hubiese frenado durante unos días para darle un empaque de pueblo diferente al haber sido colocado en un paraíso terrenal que denominamos Arribes del Duero. 










La atmósfera aun nos habla de otoño, los árboles, en general, se resisten a quedarse desnudos totalmente antes de llegar al nuevo año, los viñedos siguen revestidos por infinidad de tonos ocres y amarillentos de pluralidad de matices, los madroños exhiben sin miramientos la exuberancia y el colorido de sus frutos en pleno apogeo, mientras la aceituna se resiste a trocar su túnica verde por la azulona que denota su madurez y, cómo no, también el rusco aporta su exquisitez colorista en esa simbiosis de su botón rojo con la hoja matriz. Hasta los atardeceres compiten en belleza con los que acostumbramos a contemplar allá, en el horizonte lusitano, durante el verano que, ese sí, ya quedó atrás.




Y es que el otoño, estación un tanto triste y melancólica, en Fermoselle muestra su semblante más agradable a la vista de aquellos que invitados por su hermosura se acercan hasta la villa en busca, precisamente, de las características especiales que ofrece esta estación. Y dicho sea de paso, todos regresan enamorados de este lugar, de estos paisajes, de este pueblo medieval, de sus  gentes hospitalarias que aún salen al campo a laborear o a pasear porque el otoño se aferra a sus vidas.


Todo lo escrito se materializa en los Olivicos, en la finca del Pulijón y su entorno. Como se puede apreciar en las imágenes que completan el texto, el otoño sigue ahí, enfrentado al invierno que intenta abrazarle con sus nieblas y bajas temperaturas. Aun queda tiempo por delante para que la naturaleza trastoque su cara otoñal, por lo que procuraremos disfrutar de esa templanza que nos regala.

No hay comentarios: